De pequeño, cuando los veranos en mi ciudad eran un tormento porque todo el mundo se marchaba a la playa, los comercios permanecían cerrados, las calles desiertas, no había móviles, Internet o Netflix y solo había 2 canales de televisión en los que ponían películas antiguas de indios y vaqueros, me subía a la terraza de mi edificio y me tumbaba en el suelo a mirar el cielo.

Cada vez que pasaba un avión, pensaba en las personas que iban dentro. ¿Quienes serían?, ¿dónde iban?, ¿porqué hacían ese viaje?. Imaginaba diferentes perfiles de personas, familias, sus vidas e inquietudes pero siempre los imaginaba felices, como si dentro de cada uno de esos aviones hubiera una fiesta y todo fueran risas y alegrías… Porque ellos al menos podían volar.

Ahora que soy adulto, cuando viajo en avión y sobrevuelo una ciudad, no puedo evitar pensar si ahí abajo, entre todos esos edificios, habrá un niño mirando al cielo, imaginando que algún día el también podrá volar en busca de sus sueños.